Fin de fiesta avec les amis

La casa del niño en Fronsac, Francia es toda una pasada, es grande con 4 habitaciones dobles en la planta superior y un espacio inmenso en la inferior donde cocina, comedor y salón quedan abiertos sin estar revueltos. Y en medio de viñedos y viñedos y más viñedos. Pues estamos en la zona de Burdeos uno de los productores de vino más grandes del mundo.

Un sitio ideal para pasar unos días de descanso en buena compañía. Después de instalarnos y cenar el primer día, dedicamos el segundo a la vida más contemplativa que recordamos. Disfrutar de los alrededores y una visita al vecino pueblo de Libourne, pueblecito medieval, parada de cruceros medievales y en cuyo mercado compramos víveres para comer junto al suegro del niño, un señor que resume un tipo de vida y una parte de la historia, francés de la posguerra mundial, dedicado al vino toda la vida, de hecho, guarda miles de botellas en su bodega particular y las que tomamos mientras comíamos “los víveres” pues estos eran ostras, a 7 € la docena, caracoles de mar…

Para bajar el festín, la actividad de la tarde fue un paseo entre viñedos por Fronsac chafardeando los diferentes “chateux” de la zona, lo dicho antes, un paisaje muy bonito y relajante a la vez. Hasta los niños pasearon sin quejarse en exceso. Aunque suponemos que la pelota de fútbol y la lucha que vimos entre una anguila y un pez en un pescado ayudó a que se lo pasaran bien.

El último día completo en Francia y después de levantarnos pronto para ver la salida del Sol desde la casa, fuimos, con mucha calma y con un “bouchon” de primera, en esto de las caravanas los gabachos también son los mejores” hasta el océano atlántico.

El objetivo, la duna de Pilat, en la bahía de Arcachon, una auténtica montaña de arena de casi 3 quilómetros de largo y más de 100 metros de alto que cambia por completo el paisaje que forma la arboleda que la envuelve, aunque la duna, un auténtico monstruo de la naturaleza avanza comiéndose 3 o 4 metros de bosque cada año.

La duna es un mastodonte que aparece de golpe cuando te acercas al océano, Nos cautivó a nosotros como a los miles de turistas que decidimos acercarnos a ella, al ser tantos el parquin estaba completo y decidimos, tampoco teníamos otra opción seguir conduciendo paralelos a la duna dirección sur contemplando la duna y, por desgracia el bosque que se quemó el año pasado.

También buscábamos donde aparcar, y vimos algunos sitios con coches aparcados… y multas en todos ellos, así que llegamos hasta un camping en la playa de “le petit nice” justo donde empieza la duna. Después de un ratito de playa (sin bañadores), subimos a la anchísima cresta de la duna, otro de sus rasgos características, y “carenamos” un rato por si finísima arena, no sé si la más fina que hayamos pisado, pero no recordamos otra igual.

Fotos de todos los ángulos y rincones de un lugar mágico, vistas de ensueño y poca gente. Unos de los momentos del viaje a la par con el siguiente, la subida a la cresta de la duna por la parte oficial y/o turística.

Al haber avanzado la tarde, ya se podía estacionar en el aparcamiento (6€ por 4 horas) y des de allí un breve paseo conduce a la duna a la que se puede subir, bien por la arena, cosa ideal para los niños o bien por unas escaleras habilitadas para los más comodones (y por aquí ya cansa).

Una vez arriba, el problema es la marabunta de gente que hay, el sitio es espléndido, con vistas a la bahía de Arcachon, al océano y a las islitas que hay él, pero donde cuesta encontrar un rincón donde estar tranquilo. Los nenes jugaron un buen rato a correr y saltar por la duna mientras pasaban los últimos minutos de turismo del viaje.

Poco antes de la puesta de Sol, ya cansados, decidimos volver hacia casa a pasar la última noche y la mañana del día siguiente con nuestros amigos.

 Una cena tranquila, un desayuno todavía más y una nueva visita al mercado de Libourne para, en esta ocasión, llevarnos los víveres a casa (ostras a 7€ la docena, caneles, que son un dulce típico de la zona y muy bueno por cierto y magrets espectaculares), precedieron los momentos antes de la despedida y emprender el camino de vuelta a casa para cerrar una nueva aventura donde, a pesar de no haber ido muy lejos, habíamos tenido momentos muy diferentes.

 

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